Sancho I, rey de Galicia, era hijo del segundo matrimonio de
Ramiro II de León con doña Urraca Sánchez de Navarra, que a su vez era
hija de la poderosísima y enérgica reina Toda Aznar de Navarra y de
Sancho Garcés I de Navarra. Tras la muerte de Ramiro II (951) le sucedió
su primogénito Ordoño III, casado con Urraca de Castilla, hija del
influyente conde Fernán González.
Sancho I intento derrocar a su
hermanastro Ordoño III, aunque no tuvo éxito. El repentino fallecimiento
de Ordoño III (956) le permitió ser designado rey en Galicia,
concretamente en Santiago, donde contaba con algunos partidarios, si
bien no aparece como rey de León hasta el año siguiente. No obstante,
pronto las tropas musulmanas atacaron con éxito las tierras leonesas, lo
que supuso que muchos nobles le retiraran su apoyo a Sancho I. A la
derrota sufrida se le sumaba su poca inteligencia, carácter orgulloso y
problemas ocasionados por una obesidad extrema que le impedía andar,
montar a caballo y enarbolar las armas en los combates. Por todo ello,
los magnates lo despreciaban y el pueblo entero se mofaba de él,
circunstancias que provocaron una conspiración que le obligó a huir a
Navarra, designando rey a Ordoño IV el Jorobado, ya casado con Urraca de
Castilla (la viuda de Ordoño III), lo que le aseguraba el apoyo de los
prohombres leoneses y castellanos, sobre todo del levantisco conde
Fernán González.
Es entonces cuando la ya octogenaria reina Toda de
Navarra se propone que su nieto Sancho recupere el trono, pero para ello
es necesario devolverle "la primitiva astucia de su ligereza". De esta
forma, recurre a su sobrino Abderramán III, califa de Córdoba, quien
accede a que le trate su médico, el judío Hasday Ibn Shaprut, y le
proporcionará al tiempo ayuda militar. Sin embargo, Abderramán III les
impone una condición: que sean ellos los que se desplacen hasta Córdoba.
Ello supuso que atravesasen toda España Sancho I "que debido a su
enorme peso fue trasladado en un torreón de asalto", su abuela Toda y el
correspondiente séquito. Una vez en el califato, a Sancho le cosieron
la boca, dejándole tan sólo una pequeña abertura para poder absorber
líquidos, purgantes y hierbas "mágicas", a lo que se sumaron otros
procedimientos físicos que convirtieron el tratamiento en una verdadera
tortura. La dieta duró 40 días y el rey llegó a perder la mitad de su
peso, con lo que ya podía caminar e incluso "yacer con una mujer". Así
las cosas, recuperó el trono en el 960, entre el descontento del pueblo y
nobleza.
En el año 966, en una expedición a tierras gallegas y
portuguesas, encontrándose en el monasterio de Lorbán "a mi entender en
lo que hoy es la iglesia de Santa María de Castrelo do Miño" se dice que
el rey fue envenenado y falleció en el camino de regreso a León. Es
posible que no hubiese tal envenenamiento y el rey falleciese como
consecuencia del drástico tratamiento al que era sometido, lo que trae a
colación la necesidad de que la obesidad sea tratada de modo
personalizado por médicos especialistas y no se recurra a "productos y
dietas milagrosas", que pueden conducir a la muerte. Solamente se puede
emplear la medicina complementaria y alternativa, si hay evidencias
suficientes de seguridad y eficacia, y tiene carácter integrador con la
medicina convencional.
Autor: Francisco Martinón Sánchez
Referencia (y texto íntegro): http://www.farodevigo.es/opinion/2011/12/24/obesidad-epidemia-mundial-siglo-xxi/608771.html
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